Mariano Iberico es un filósofo cajamarquino. Nació en 1892. Migró a Lima a los 16 años para seguir estudios en Letras, Filosofía y Jurisprudencia en la Universidad de San Marcos. Su vida, la dedicó a la investigación filosófica y a la vida de magistrado. Este poema, "Los Lagos", está incluido en su único libro de prosa poética, "Notas sobre el paisaje de la sierra" (que abajo citamos con exactitud).
"Los Lagos"
"Los Lagos"
Hacia la extremidad más distante, la laguna se
hunde, como un puñal, entre las rocas, muerde la carne viva de la piedra. Por
ese lado el agua, al reflejar la coloración oscura de los cerros, adquiere una
sombría profundidad, y algo como un abismo líquido parece abrirse por debajo
del cristal invisible. Más cerca la líquida superficie se amplía y resplandece
con un metálico resplandor estático. Las aguas devuelven los perfiles de los
cerros próximos y difuminan levemente el contorno de los cerros lejanos. En
cambio, el azul de las montañas remotas se acentúa y finge, sobre la piel del
lago, una nueva y más inasequible lejanía.
No es exacto decir que las aguas
copian el paisaje circundante. No lo copian, lo transfiguran al reflejarlo. Y
la transfiguración consiste en que, por una parte, le confieren una temblorosa
y flotante idealidad y, por otra, lo hunden en su misterio submarino. Por eso
es, sin duda, tan difícil describir la impresión que una sombra, una nube, un
árbol, producen al reflejarse en las aguas de un lago, porque a la vez que
flotan inconsistentes y se curvan según las ondulaciones que el viento imprime
a la superficie de las aguas, penetran a lo hondo e irradian desde allí su
mágica y oscura influencia.
Y yo pienso que quizá este doble
efecto: por una parte, el reflejo flotante y plano, por otra, la proyección en
profundidad, es la causa del sentimiento extraño que se despierta ante las
imágenes que tiemblan en el agua. Esas imágenes ocupan un espacio irreal, y en
él aprisionan la mirada que las contempla y sigue.
Descendemos a la ribera donde
emergen los juncos como ejércitos de innumerables lanceros. Las aguas
ligeramente convulsas quiebran en cada leve palpitación, un rayo de luz. Es un
inagotable brillo de diminutos soles, un derroche de blancas lucecillas sobre
la tranquila planicie del lago.
Cuando al regresar volvemos la
mirada, reaparece el aspecto metálico del paisaje. Los perfiles recortados de
los cerros, sus oxidaciones color de amatista y, dominando desde su profundidad
el espectáculo, la vasta lámina acerada del lago. Y entonces, sin saber por qué, sentimos que
toda esta fría inmovilidad es también una vida. La vida fuerte, dura,
inmensamente desdeñosa de la piedra. Vida cuyo secreto, acaso, la laguna lo
conoce y lo calla.
(Foto: Mariano Iberico en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos).
Poema tomado del libro:
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