viernes, 18 de octubre de 2013

"Los Lagos", un poema en prosa de Mariano Iberico.

Mariano Iberico es un filósofo cajamarquino. Nació en 1892. Migró a Lima a los 16 años para seguir estudios en Letras, Filosofía y Jurisprudencia en la Universidad de San Marcos. Su vida, la dedicó a la investigación filosófica y a la vida de magistrado. Este poema, "Los Lagos", está incluido en su único libro de prosa poética, "Notas sobre el paisaje de la sierra" (que abajo citamos con exactitud).


"Los Lagos"

Vista de lejos, en una mañana sin viento, la superficie de la laguna semeja una lámina de acero. Tiene su brillo cortante y frío. Y hay, en la aparente inmovilidad del agua, en su quietud horizontal y silente, algo de amenazante y un no sé qué de maléfico y tétrico.

Hacia la extremidad más distante, la laguna se hunde, como un puñal, entre las rocas, muerde la carne viva de la piedra. Por ese lado el agua, al reflejar la coloración oscura de los cerros, adquiere una sombría profundidad, y algo como un abismo líquido parece abrirse por debajo del cristal invisible. Más cerca la líquida superficie se amplía y resplandece con un metálico resplandor estático. Las aguas devuelven los perfiles de los cerros próximos y difuminan levemente el contorno de los cerros lejanos. En cambio, el azul de las montañas remotas se acentúa y finge, sobre la piel del lago, una nueva y más inasequible lejanía.

No es exacto decir que las aguas copian el paisaje circundante. No lo copian, lo transfiguran al reflejarlo. Y la transfiguración consiste en que, por una parte, le confieren una temblorosa y flotante idealidad y, por otra, lo hunden en su misterio submarino. Por eso es, sin duda, tan difícil describir la impresión que una sombra, una nube, un árbol, producen al reflejarse en las aguas de un lago, porque a la vez que flotan inconsistentes y se curvan según las ondulaciones que el viento imprime a la superficie de las aguas, penetran a lo hondo e irradian desde allí su mágica y oscura influencia.

Y yo pienso que quizá este doble efecto: por una parte, el reflejo flotante y plano, por otra, la proyección en profundidad, es la causa del sentimiento extraño que se despierta ante las imágenes que tiemblan en el agua. Esas imágenes ocupan un espacio irreal, y en él aprisionan la mirada que las contempla y sigue.
Descendemos a la ribera donde emergen los juncos como ejércitos de innumerables lanceros. Las aguas ligeramente convulsas quiebran en cada leve palpitación, un rayo de luz. Es un inagotable brillo de diminutos soles, un derroche de blancas lucecillas sobre la tranquila planicie del lago.

Cuando al regresar volvemos la mirada, reaparece el aspecto metálico del paisaje. Los perfiles recortados de los cerros, sus oxidaciones color de amatista y, dominando desde su profundidad el espectáculo, la vasta lámina acerada del lago.  Y entonces, sin saber por qué, sentimos que toda esta fría inmovilidad es también una vida. La vida fuerte, dura, inmensamente desdeñosa de la piedra. Vida cuyo secreto, acaso, la laguna lo conoce y lo calla.

(Foto: Mariano Iberico en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos). 

Poema tomado del libro:

Iberico, Mariano. Notas sobre el paisaje de la sierra. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1937, pág.  56.

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